miércoles, 1 de diciembre de 2010

Los fuegos de Marguerite


“¡Que insípido hubiera sido ser feliz!”
M.Y.

Marguerite Youcenar es a la literatura de habla francesa lo que Borges es a la literatura de habla hispana: un escritor (a) erudito(a) que plasma en su literatura –de una manera única y con manejo del lenguaje soberbio- todas y cada una de sus obsesiones –las más íntimas, las más lejanas, las más recónditas. En la de él: los espejos, los tigres, la antigüedad sajona, los laberintos, la literatura inglesa y el amor imposible. En la de ella: la antigüedad helénica y latina, su mitología, la fascinación por el oriente, el renacimiento, la mujer y el amor contrariado. Ambos eran hijos únicos y fueron educados por padres eruditos, cuya cultura los permeó en lo más hondo; tenían también un lazo muy especial con sus antepasados y a ninguno de los dos se les concedió el Nobel –cuando ésta por demás decir que su obra es mucho más trascendental que la de muchos escritores que lo han recibido.

Estos dos íconos de la literatura se encontraron en Ginebra en 1986 –seis días antes de la muerte de Borges- y es bien conocida la anécdota en la que ella le preguntó: “Borges, ¿Cuándo saldrás del laberinto?”, y él le respondió: “Cuando hayan salido todos”.

Marguerite Antoinette Jeane Marie Ghislane Cleenewerck de Crayencour nació el 8 de junio de 1903 en Bruselas, hija de un aristócrata francés que devendría en diplomático y de Fernande de Cartier de Marchienne, una joven de una familia acomodada belga, que moriría de fiebre puerperal once días después del nacimiento de su hija. Pasó su infancia en un castillo propiedad de la familia de su padre, estudiando, leyendo y empezando a amar a los libros. En su juventud vivió en París y viajó por Europa acrecentando su cultura y su gusto por los clásicos. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se instaló junto con su compañera Grace Frick –americana, que sería la traductora de su obra al inglés- en los Estados Unidos, donde dio clases y donde publicó, entre otras, dos de sus obras maestras. Una es Memorias de Adriano, una novela que tardó en preparar 15 años y que vio la luz en 1951, en la cual “revive el más ilustrado de los emperadores romanos poniéndolo a escribir una larga epístola de despedida como testamento espiritual a su sucesor”. Se trata de una perfecta meditación del hombre sobre sí mismo, sobre el amor y sobre la muerte. La otra es Opus Nigrum –la obra en negro-, novela que publicó en 1965, en la que recrea el mundo ecléctico del Renacimiento y cuyo protagonista es el médico, filósofo y alquimista Zenón, quien sintetiza la conciencia científica y agnóstica del humanismo y el espíritu subversivo de las ciencias ocultas del Medioevo.

Ambas novelas son imprescindibles, como también lo son los dos tomos donde publicó sus detalladas y sabrosas memorias de familia, historias de tíos, ancestros, castillos y fortunas perdidas: Recordatorios (1974) y Archivos del norte (1977).

Poeta, traductora, historiadora, crítica literaria y novelista, Marguerite Yourcenar –se ha dicho hasta el hartazgo que fue la primera mujer en ingresar en L’Academie Française- murió a los 84 años, en Maine, E.U., su segundo hogar, y hoy por hoy, ocupa un lugar preponderante en la literatura contemporánea en la que no importa ni género, ni origen, ni nacionalidad.

Entre su poesía, sus cuentos y sus novelas, encontramos un pequeño librito, producto del amor y el enamoramiento, que denominó Fuegos y que escribió en 1935 –a sus 32 años- después de una desafortunada experiencia pasional; en ella alternan unos relatos sobre mitos clásicos con una serie de notas breves sobre pasión amorosa. “Ciertos pasajes me parecen contener hoy unas verdades entrevistas muy pronto, pero que después habrán requerido toda una vida para tratar de hallarlas y autentificarlas” –nos dice Yourcenar en el prólogo de este libro, del cual les reproduzco unos fragmentos para los lectores de Tu Mamá Me Mima:

“Espero que este libro no sea leído jamás.

El admirable Pablo se equivocó. (Me refiero al gran sofista, no al predicador.) Para todo pensamiento, para todo amor que entregado a sí mismo empieza a desfallecer, existe un reconstituyente singularmente enérgico que es todo el resto del mundo que a él se opone y que no vale tanto como él.

Soledad… Yo no creo como ellos creen, no vivo como ellos viven, no amo como ellos aman… Moriré como ellos mueren.

El alcohol desembriaga. Después de beber unos sorbitos de cognac, ya no pienso en ti.

En el avión, cerca de ti, ya no le tengo miedo al peligro. Uno sólo muere cuando está solo.

No hay amor infeliz: sólo se tiene lo que no se tiene. No hay amor feliz: lo que se tiene ya no se tiene.

No hay nada que temer. He tocado fondo. No puedo caer más bajo que tu corazón.

¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti.

Un corazón es tal vez algo sucio. Pertenece a las tablas de la anatomía y al mostrador del carnicero. Yo prefiero tu cuerpo.

El flujo y el reflujo del sueño me hacen dar vueltas, a pesar mío, en esta playa de batista. A cada momento, mis rodillas tropiezan con tu recuerdo. El frío me despierta, como si me hubiera acostado con un muerto.

Soporto tus defectos. Uno se resigna a los defectos de Dios. Soporto tu ausencia. Uno se resigna a la ausencia de Dios.

Un niño es un rehén. La vida nos tiene atrapados.

No tengo miedo a los espectros. Sólo son terribles los vivos, porque poseen un cuerpo.

No hay amores estériles. Y es inútil tomar precauciones. Cuando te dejo, llevo dentro de mí el dolor, como una especie de hijo horrible.

Amar con los ojos cerrados es amar como un ciego. Amar con los ojos abiertos tal vez sea amar como un loco: es aceptarlo todo apasionadamente. Yo te amo como una loca.

Aún me queda una sucia esperanza. Cuento, a pesar mío, con una solución de continuidad del instinto: lo equivalente, en la vida del corazón, al acto del distraído que se equivoca de nombres y de puertas. Te deseo con horror una traición de Camilo, un fracaso junto a Claudio y un escándalo que te aleje de Hipólito. No me importa cuál sea el paso en falso que te haga caer sobre mi cuerpo.

Un dios que quiere que yo viva te ha ordenado que dejes de amarme. No soporto bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo único que yo podía hacer era morir.

Cuando vuelvo a verte, todo se torna límpido. Acepto sufrir.

Se dice loco de alegría, también podría decirse cuerdo de dolor.

Poseer es lo mismo que conocer: la Escrituras siempre tienen la razón. El amor es brujo: sabe los secretos; es un zahorí: conoce los manantiales. La indiferencia es tuerta; el odio es ciego; ambos tropiezan uno al lado del otro y caen en la fosa del desprecio. La indiferencia ignora; el amor sabe; deletra la carne. Hay que gozar de un ser para tener la ocasión de contemplarlo desnudo. Ha sido preciso que yo te ame para llegar a comprender que el más mediocre o el peor de los seres humanos es digno de inspirar allá arriba el sacrificio Dios.

El amor es un castigo. Somos castigados por no haber podido quedarnos solos.

¿Miedo de nada? Tengo miedo de ti.

No me mataré… se olvidan tan pronto los muertos.”

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